Hoy en día la Medicina ha avanzado mucho, pues los profesionales tienen la capacidad de reconstruir partes del cuerpo, ya que en la actualidad incluso existen extremidades biónicas. En tiempos de la Primera Guerra Mundial, la necesidad de integrarse a la vuelta de la guerra con mutilaciones y pérdida de parte de la cara era un problema para los militares.
20.000 soldados perdieron parte de su cara a causa de la metralla. Podían sobrevivir, pero el daño era visible. Este hecho les llevaba a refugiarse en su casa, avergonzados de su aspecto, obligados a escoger oficios donde no se les viese. A este problema quiso poner solución la protagonista de este post, Anna Coleman Ladd. En 1917 leyó los artículos de Dewert Wood en la revista The Lancet. Sus primeros experimentos con máscaras fueron la inspiración necesaria para aplicar sus técnicas escultóricas.
Por el hecho de ser mujer tuvo muchas más dificultades para establecerse. Su marido, Maynard Ladd, fue designado director de la Oficina del Niño en Toul, y gracias a esta condición pudo abrir en 1917 el Estudio de Máscaras para la Cruz Roja Americana en París.
Mediante fotografías antiguas y entrevistas, preparaba el que iba a ser el futuro rostro, con una expresión facial permanente. El proceso podía decirse que era un poco asfixiante, entre moldes de yeso, arcilla y plastilina, hasta que por fin enviaba el modelo para hacerse en cobre galvanizado. Podían llegar a pesar unos 250 gramos, y eran pintadas con esmaltes para parecerse al tono de piel. Incluso podían personalizarla con barba, bigote…Esta ayuda supuso una subida de autoestima para estos hombres, huyendo de los estigmas sociales.
Las máscaras hoy en día no se conservan, el material se degradó por el uso, pero el Instituto Smithsonian en Washington D.C. tiene una colección con diarios, fotografías, una filmación y los documentos publicados por Anna Coleman, disponible en el siguiente enlace: http://www.aaa.si.edu/collections/anna-coleman-ladd-papers-10600/more
Ana García