Este mes de agosto se ha cumplido un año desde que la Biblioteca Nacional de España clausurase con éxito la exposición "La transición en tinta china", una valiosa muestra de humor gráfico de corte satírico que, a través de las ilustraciones de artistas como Ballesta, Borges, Guillén, Siro, El Perich o Peridis, retrataba de manera magistral la transición de la dictadura franquista a la democracia. Poco hacía presagiar entonces que doce meses después, cuando aún se siente tan reciente la desaparición del ex presidente Adolfo Suárez, este periodo histórico habría de ser examinado con lupa por los medios de comunicación en busca de señales que expliquen el incesante tambaleo del sistema político que inexorablemente vivimos cada día.
De cualquier manera, precisamente a raíz de la celebración de esta exposición, importantes dibujantes como Juan Ballesta o Siro López Serrano tomaron la decisión de donar una parte de sus archivos personales a la Biblioteca Nacional de España. El fin, es de sospechar, era dar con aquel curioso salvoconducto hacia la eternidad que supone engrosar los fondos de uno de los buques insignia entre las instituciones que luchan permanentemente contra el olvido. Uno de los últimos en sumarse a esta iniciativa fue el dibujante satírico y escenógrafo Joan J. Guillén, que el pasado mes de febrero donó parte de su archivo compuesto por diferentes ilustraciones, bocetos y cuadernos de escenografía.
Es curioso que hace unos días, cuando comentaba en voz alta esta reflexión, alguien me preguntaba confundido: ¿un puñado de dibujos, unos cuadernos… conforman un archivo? Pues depende, claro. En este caso nos referimos a una parte del archivo personal de Guillén pues, no en vano, hablamos de un conjunto de documentos, propiedad del artista, producidos por él mismo en el desarrollo de sus artes. Es precisamente ese tinte personal, que deja la más fiel impronta de una vida y sus complejidades al descubierto, uno de los alicientes más extraordinarios cuando nos enfrentamos al estudio de este tipo de archivos.
La donación firmada por Guillén, que lamentablemente tan escasas líneas ha suscitado en la prensa tradicional, ha convertido en propietaria de estos fondos a la Biblioteca Nacional de España que, durante los últimos años, viene acumulando una considerable cantidad de archivos personales de escritores, fotógrafos, músicos, etc. Es más, si repasamos su lista de donaciones, solamente en los tres últimos años descubriremos un buen número de entregas de similares características. Entre ellas destacan las realizadas por los literatos Antonio Muñoz Molina y Jesús Marchamalo, que cedieron parte de sus archivos en el año 2012, o la del compositor y director de orquesta José Luis de Delás, que el pasado mes de agosto depositó un buen número de borradores y manuscritos.
Estos actos desinteresados, que deben ser siempre reconocidos, son como mínimo ventajosos en ambas direcciones, pues no aseguran únicamente la supervivencia de los archivos personales de numerosísimas personalidades llevando su nombre, como mencionábamos más arriba, hacia la memoria eterna, sino que suponen también el enriquecimiento del patrimonio documental y artístico del país. Sea como fuere, de lo que no cabe duda es que gestos como el de Joan J. Guillén salvarán del olvido la visión de una pequeña parte de la historia contemporánea, aquella que supuso el feliz tránsito, del ahogo de la represión a la superficial concordia, y que podrá ser estudiada en el futuro, gracias a la conservación de estos fondos personales, desde de la sátira, el humor, el color y la tinta.
Carlos Díaz Redondo