Ha pasado ya más de un mes desde que la Universidad de Texas anunciase a bombo y platillo que acababa de adquirir el archivo personal del escritor colombiano Gabriel García Márquez. Sin embargo, a pesar de la relevancia de la noticia -no siempre tenemos ocasión de discutir sobre el archivo de un Premio Nobel-, aún no habíamos encontrado el momento oportuno para hablaros de ello.
El archivo personal de Gabo, fallecido en México en abril de 2014, supone un fondo documental con una carga cultural tan inmensa que, aún acostumbrados a tasar cualquier cosa que se nos ponga por delante, podemos considerarlo de valor incalculable. Para hacernos a la idea de su importancia basta mencionar que contiene el manuscrito original de “Cien años de soledad” con sus últimas correcciones, o una decena de versiones de su mítica obra inacabada. Recordemos, por ejemplo, que su epistolario supone cerca de dos mil cartas rubricadas por personalidades de la altura de Julio Cortázar, Carlos Fuentes o Milan Kundera. Ahora, todos esos documentos, tras un proceso privado de compra que ha levantado algunas ampollas en Colombia y México, quedarán custodiados en el Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas, haciendo compañía a los fondos de James Joyce, Ernest Hemingway, William Faulkner o Jorge Luis Borges, entre otros.
Hasta aquí todo perfecto. Claro. Lo verdaderamente importante, por encima de todo, es que estos archivos se conserven, que no se dispersen, que queden para escribir con ellos la Historia de sus dueños y de las sociedades en las que vivieron. Pero de repente me asalta una pregunta. ¿De veras a ninguna autoridad en materia de archivos, tanto en Colombia como en México, se le ocurrió la idea de comprar el archivo de este genio? Pero, ¿cómo se han dejado escapar un tesoro así?
Bueno, en España tampoco es que estemos como para hablar muy alto… No está de más recordar otra noticia. Hace poco más de un mes, fue la escritora y periodista Rosa Montero quien hizo pública su decisión de donar una parte de su archivo personal a la Biblioteca Nacional de España. Obviamente, quien escribe esto está muy lejos de poner en tela de juicio su decisión. Agradecido como todos por su gesto desinteresado, de igual manera me asaltaron las dudas. ¿Por qué razón la BNE y no, por ejemplo, cualquiera de los archivos históricos de este país? Y no es que dudemos de la capacidad de la BNE para conservar fondos de archivo, claro que no, pero, ¿por qué una biblioteca y no un archivo?
Creo que es momento de que nos paremos a pensar. Reflexionemos, ¿qué estamos haciendo mal desde los archivos para que donaciones como esta -podríamos hablar de decenas durante el último año- terminen en centros en los que, si bien sabrán cómo conservar y difundir, recibirán tratamiento archivístico cero? ¿Estamos transmitiendo bien lo que hacemos, lo que somos? ¿Nos estamos vendiendo bien? Sin ir más lejos, ¿nos estamos vendiendo? Desde la cabecera del sistema de archivos español, ¿mutis por el foro? ¿No habíamos quedado en que creíamos en la archivística posmoderna, en que nos íbamos a mojar? ¿Las propias instituciones no deberían abogar, ser consecuentes y conscientes de la importancia de la especialización en esta profesión? ¿No parecería mucho más oportuna la gestión bibliográfica en bibliotecas y la documental en archivos? En fin, son quizá demasiadas preguntas.
Carlos Díaz Redondo